jueves, 27 de mayo de 2010

¡Knock Out!

Dear Mrs,
Thank you for mailing us. We received the form you had send to us with your bankaccount.
We want to pay the money € 34,10 as soon as possible.
With kind regards,
TNT Post Parcelservice
Ms Leyen 

martes, 25 de mayo de 2010

Sobre el Bicentenario, los argentinos y otras yerbas

Cuando me acerqué a la ronda, Mauricio me preguntó qué era lo que definía al argentino típico. "-¿Cómo reconocés a un argentino? ¿Cómo sabés que es argentino cuando lo ves?" Cintia y yo dimos varias respuestas pero ninguna nos dejó muy satisfechas: -"Por los gestos", -"¡Porque tiene cara de argentino!" -"¿Por el físico?", volvió a indagar el empleado consular.  -"No, es sólo la cara, lo ves y decís: ése es argentino." -"Sí, una mezcla de tano, español, en fin... sacamos lo peor de todos." A Mauricio no le gustó nada esta frase, y Cintia tuvo que aclarar que era un chiste, que no se lo tomara en serio. Después de un rato decidimos ir debajo del sol. Acá es primavera pero todavía no se nota.

Pasó un buen rato hasta que los músicos se pusieron a payar. Chacareras, zambas, y algún que otro tango colorearon de criollo aun más el festejo, y poco a poco la gente se empezó a acercar alrededor de ellos. Un bandoneón, varias guitarras y un charango, aunque no pertenecían al mismo grupo, esa tarde se hermanaron con un gesto implícito, como si se conocieran de siempre y celebraran un reencuentro. ¡Faltaba el fogón y estábamos como en casa! 

Yo contemplaba todo con mucha emoción y alegría; todo me sonaba conocido pero muy novedoso; el acento más fuerte que nunca, el olor a asado... ¡cómo definirlo! Todo ahí, juntito en un mismo jardín, el de la casa del embajador. Y por un rato me pareció que todo era terriblemente exagerado: el "sho" de nuestro cas-te-sha-no, la añoranza de los que hacía tiempo habían dejado el país, el olor a carne más intenso que jamás experimenté, el fervor con el que los músicos cantaban, el atuendo gaucho de los asadores, el amor a la bandera y los colores patrios, a la escarapela, al himno y a los discursos del tipo escolar. Pero no me importó. De alguna manera que no me explico pertenecía a todo eso y estaba contenta de haber ido.

Creo que no pasó mucho tiempo hasta que Cintia interrumpió mis pensamientos y me dijo al oído: "¿Cómo reconocés a un argentino? ¡Cuando está con otros argentinos!" Creo que tiene razón.

Algunas fotos y videítos del festejo del Bicentenario en Berlín, haciendo click acá.

lunes, 17 de mayo de 2010

El Inodoro Justiciero

Cuando cumplí diez años mi mamá me organizó un pijama party sorpresa y casi todas mis compañeras del cole se quedaron a dormir en casa. En esos tiempos, hacía sólo un par de años que nos habíamos mudado a Martín García, y mis papás habían decidido renovar un poco el departamento. Lo que más recuerdo de ese invierno son los interminables fines de semana en los que nuestros progenitores nos llevaban a ver grifería, azulejos y guardas para los nuevos baños, el sermón en el auto que empezaba con el ya sabido "¡No tengo que decirles que no pueden tocar nada!", y terminaba con la típica escena de mi hermano corriendo de bañera en bañera y mi mamá rezando para que no se cayera y rompiera algún diente (algo más que esperable considerando la torpeza de Martin).

Pero para octubre eso ya había terminado, y sólo quedaba lo peor: el arreglo de los baños. No recuerdo cuál de los dos fue primero, pero la noche de mi cumpleaños el baño chiquito (así le decimos al toilet) todavía tenía los azulejos color rojo sangre que databan de hacía más de cuarenta años. Los que conocieron el departamento en esa época probablemente no se hayan olvidado de esos azulejos, porque eran algo espeluznante para un baño tan pequeño, pero a la vez el color tenía algo que causaba fascinación a quienes lo veían.

Esa noche, mis amigas y yo quedamos con- finadas al sec- tor del come- dor para no despertar a mis papás  y herma- nos que dor- mían del otro lado del depar- tamento; y el baño chiquito pasó a ser nuestro baño. No recuerdo bien a qué hora nos dormimos, pero sí que charlamos mucho, hicimos que Magdalena nos demostrara sus dotes como cantante y que contamos absurdas historias de terror. Creo que fue después de una de esas historias que asustamos a Magdalena (aunque por favor, corríjanme quienes etsuvieron ahí). Un ruido la alertó y cargada va, cargada viene, la convencimos de que el ruido provenía del baño, cuyo color representaba el color del infierno y la sangre, y que quien hacía ruido era el Inodoro Justiciero, que volvía para vengarse de sus anteriores dueños. Después de eso, Magdalena se aguantó toda la noche para no ir al baño.

Ayer me acordaba de todo esto mientras esperaba a Daniel, el dueño del departamento que alquilo en Potsdam. ¿El motivo? Hace tres días que mi inodoro enloqueció. Y no lo digo vanamente, creo que si fuera un inodoro normal podría haberme aventurado a adivinar qué le pasaba, pero como no lo es, no me quedó más opción que esperar a que el dueño de casa llegara de sus vacaciones cerca de la frontera checa.

Algunos ya saben de las particularidades de mi nuevo hogar, pero para los que no, paso a explicar:  el departamento donde vivo formaba parte de un piso más grande, ahora dividido entre mi vecino, el lavadero y yo. Una vez hecha la división, los dueños se avivaron de que para ir al baño había que salir del departamento y atravesar el lavadero (tremendo esfuerzo cuando te agarran ganas en medio de la noche), así que decidieron construir un toilet y una ducha... en medio de la cocina.  Pero claro, el edificio es viejo, y la cocina no estaba preparada para tanto cambio de tubería. Entre eso y la obsesiva cuestión europea del ahorro de recursos, el resultado fue la instalación de un inodoro eléctrico. Sí, ¡el inodoro tiene enchufe y la ducha tiene botones para drenar el agua! 

La cuestión es que todo está conectado: el inodoro, la ducha y la pileta de la cocina; y todo el agua y lo que por ahí pase va a una cajita que tiene una suerte de trituradora adentro, que hace que los desechos se hagan chiquititos y las cañerías no se tapen.  Una de las cosas que Daniel me advirtió el primer día fue "No tires nada que no sea orgánico o papel, porque si se tapa es un desastre." Y desde ese día cuido a mi inodoro casi como a mi computadora. No sólo porque no quiero tener problemas con el dueño, sino porque me imagino lo asqueroso que sería si algo así ocurriera en medio de la cocina. Las visitas, una vez que el inodoro extraño ya no es novel, son dirigidas al baño de afuera. Por suerte, la vergüenza de que los escuche mientras estoy en la cocina también ayuda a asegurarme de que no lo usen. 

Por eso, no dejé de sentirme traicionada cuando el sábado, mientras leía en el living, empecé a escuchar los ruidos que provenían de la cocina. ¡El inodoro estaba poseído! La trituradora empezó a funcionar como loca, el agua iba y venía y los pisos temblaban. "Que no se haya tapado, que no se haya tapado", recé. Abrí la ducha, nada tapado; la canilla, lo mismo. Tiré la cadena, un ruido insoportable hizo temblar todo; empecé a seguir con la vista el agua mientras pasaba por el caño que conducía al techo, y luego a la otra habitación, y luego al lavadero. El agua subía y volvía a caer, y la trituradora empezaba de nuevo. Y cuando creí que todo iba a explotar... lo desenchufé. ¡Ahhhh! El silencio. Alivio.  

Durante un día estuve esperando a que Daniel diera señales de vida. Y mientras tanto tuve pánico cada vez que tuve que usar la canilla o la ducha, porque para eso debía enchufar el inodoro, que estaba decidido a vengarse de las cagadas que alguien se había mandado.

Cuando Daniel llegó, lo revisó y dio su veredicto: "Le falta una pieza a uno de los caños. Es la que hace que el agua suba, porque los caños están muy altos. Voy a tener que pedirla por internet; va a tardar unos días." 

Hoy le explicaba a Tina el final de la historia (porque ella se bancó mi día de espera y mi incertidumbre) y me dijo: "¡Ah! Es como las válvulas de las venas." Pensándolo así, creo que sí: mi inodoro tiene várices.

domingo, 9 de mayo de 2010

¡Quiero vino, quiero vino, quiero vino!

Hace un par de semanas estu- vimos en Wer- der con Elena. La ocasión, el Baumblütefest. Según dicen, es el segundo fes- tival más gran- de de Alemania después de Ok- toberfest. ¿Si nos emborrachamos? No. Un par de copas de vino de fruta y mucho sol fueron suficientes para que sintiéramos el letargo dominguero después de una semana agitada. Eso sí, la siesta fue el parque.

Algunas fotos más de nuestro paso por Werder, haciendo click acá.