miércoles, 28 de octubre de 2009

In Flanders Fields

Cecil tenía quince años cuando escapó de su casa en Kent. Cansado del maltrato de su abuela, pensó que enlistarse en la marina sería la mejor vía de escape para una adolescencia sombría y un futuro impreciso. Una profesión, un plato de comida tres veces al día y un salario con el que podría mantenerse resultaban suficientes razones para dejar su ciudad natal y partir rumbo a Sudáfrica. Pero Cecil no sabía que servir a Su Majestad Jorge V de Inglaterra podría ser más duro que la crueldad de cualquier abuela, y cuando llegó a Cape Town enterró su uniforme al pie de la Table Mountain y decidió escapar por segunda vez.

En su disyun-tiva entre ser niño y hombre, Cecil entendió que para con-vertirse en lo último debía volver al ejér-cito, pero sabía que de hacerlo debería pagar su desersión con la pena de muerte. Con un poco de astucia, llegó a Johannesburg y se enlistó en el ejército utilizando su segundo nombre y su primer apellido. Desde ese momento sería Robert Graham, y se quedaría en paz con su conciencia; nadie podría llamarlo cobarde.

Desde hacía más de un año, Ypres se había transformado en uno de los puntos estratégicos más codiciados para alemanes y Aliados y fue allí a donde Robert fue enviado. La invasión alemana a Bélgica había obligado a la Corona Británica a formar parte de la Gran Guerra, y desde ese momento, tropas del imperio y de la colonia británica ocupaban territorio belga.

Durante los dos años que Ro-bert estuvo en Bélgica, Ypres y sus alrededores fueron lugar de numerosas ba-tallas. También, el sitio donde por primera vez se probaron los efectos del gas cloro y del gas mostaza. Para los británicos, conservar Ypres significaba impedir el avance de las tropas alemanas rumbo a Francia, y esta fue la tarea a la que fueron encomendados decenas de miles de soldados.

Pero Robert no llegó a ver la toma de lo que quedaba de Ypres en 1918. Un año antes, una bomba cayó en su trinchera y los escombros que cayeron sobre él rompieron sus tobillos. Obligado a ir en busca de compañeros heridos, Robert ató sus botas lo más fuerte que pudo para calmar el dolor y obedeció. Una bala en el pecho lo sorprendió y dejó tirado en medio del campo de batalla.

Ahora, para aquellos que aman los finales hollywoodenses, es sabido que siempre hay una segunda oportunidad para los héroes de guerra, y Robert no careció de la suya. Dos días después de ser baleado, fue encontrado por un grupo de médicos; estaba vivo. La bala había dado en una moneda dentro de su billetera y había impedido que muriera. Increíble o no, la herida le dio su pasaje a Inglaterra, donde recibió tratamiento. En el hospital, él pidió volver a Sudáfrica; no podía regresar a Kent, ya que el ejército seguía buscándolo por desertor.

Después de la guerra, Robert encontró trabajo dibujando y diseñando las calles de Johannesburg. En 1939, ya casado y con hijos, volvió a unirse al ejército y luchó en Egipto durante la Segunda Guerra Mundial. Esta vez ileso, volvió a Sudáfrica y entendió que había arriesgado su vida durante más de siete años por la Corona Inglesa. Era tiempo de volver y dar la cara.

Pero como eran otros tiempos, y viajar no era tan fácil ni común como lo es ahora, recién en 1961, su hijo Ronald y su nuera pudieron llevarlo a Kent. Sus hermanos y primos dijeron que no le hablarían hasta que se entregara a la policía. Él había deshonrado a la familia. Robert entendió que Inglaterra ya no era su hogar, y que los valores y patria por los que había peleado no lo respaldarían, aunque le hubieran otorgado una medalla por su valentía y honor. Defraudado por la reacción de su familia, volvió a Sudáfrica una vez más, esta vez para siempre.

La medalla hoy descansa en una pared en una granja en el Klein Karoo. La billetera está en vías de ser llevada al Museo de Guerra en Inglaterra. El resto -en el que incluyo mi interés por visitar Ypres más de noventa años después- es historia.

Algunas fotos más de mi visita a Ypres haciendo click acá.

9 comentarios:

  1. Imagenes para nudo en la garganta. Besos.

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  2. Thank you Caro. It's a beautiful tribute to my Grampa. He would love it.

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  3. El senor era el abuelo de Stuart?! Que historia!!!! Si la hubiera llevado al cine hoy, aca se hacia millonario!!!!!!
    Decile a Stuart que escriba el guion!
    Besos, te quiero y me encanto!
    JOSE

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  4. Para cuando la novela para el premio Clarín? Me encantó la historia, aunque sabía de quién hablabas, se la voy a contar a mis alumnos de séptimo.
    Un beso

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  5. Hola Caro, aprendí a quererte como al resto de tu familia, desde que eras chiquitita.Me alegra sobremanera verte tan feliz, tan "viajada" y tan madura.
    Te cuento que aquel ensayo al que le diste la forma definitiva, está tomando una proyección impensada.Los autores de los doce ensayos ganadores, editamos un libro que será presentado en la Biblioteca Nacional el 2 de diciembre.
    Te agradezco infinitamente esa colaboración tuya y el seguimiento de las primeras poesías de Rodri
    go,con el que te identificaste rápidamente como "habitante" del Parque Lezama.
    Caro,estás tan lejos ahora, geograficamente hablando, como tan cerca de los afectos que siente mi familia, respecto de la tuya.

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  6. ¡Hola, Sergio!
    Me alegro de que todo vaya bien con el ensayo. Felicitaciones por la publicación. No es poca cosa.
    ¡Un saludo a los tuyos por allá!

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  7. Clikeá la fotito del mensaje y te llevarás una sorpresa.

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  8. Y yo te di el dia que viajabas mi moneda de la suerte..... esa que conmemora la coronacion de
    Jorge V. Casualidad ? No lo creo.
    Besos
    Grace

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  9. Tía:
    Aunque un poco largo, comparto el final de un poema que me gusta mucho y que refleja un poco lo que pienso acerca del tema de las casualidades. Tal vez bastante trillada (de eso se trata este blog ¿no?) prefiero pensar que se trata mas bien de un conjunto de casualidades. El poema se llama "Las Causas". El autor, el argentinísimo y requetecitado J.L.B. Ahí va:

    "Los rastros de las largas migraciones.
    La conquista de reinos por la espada.
    La brújula incesante. El mar abierto.
    El eco del reloj en la memoria.
    El rey ajusticiado por el hacha.
    El polvo incalculable que fue ejércitos.
    La voz del ruiseñor en Dinamarca.
    La escrupulosa línea del calígrafo.
    El rostro del suicida en el espejo.
    El naipe del tahúr. El oro ávido.
    Las formas de la nube en el desierto.
    Cada arabesco del calidoscopio.
    Cada remordimiento y cada lágrima.
    Se precisaron todas esas cosas
    para que nuestras manos se encontraran."

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